Si bien uno, en su condición de periodista, debe tender obligatoriamente a la objetividad, gran mentira universal ya que todo lo que el hombre hace es subjetivo, no se está exento de las alegrías. En mi caso particular, soy simpatizante de dos equipos de Buenos Aires: Boca Juniors y All Boys. El primero un poco por mi abuelo que no faltaba ningún domingo a la cancha. El segundo porque era el equipo del barrio.
Esta historia transcurrió hace un tiempo atrás, cuando Boca se coronó campeón de la Copa “Toyota” Libertadores de América. Yo me junté en la casa de un amigo a verlo. Picadita va, cerveza viene, golazo de Tévez y casi perdemos a uno que se atragantó con un pedazo de salamín. Nervios totales, los más fanáticos recordando el árbol genealógico del Chelo Delgado, los tranquilos, discutiendo de táctica y estrategia.
Terminó el partido y los cohetes, cañitas voladoras, gritos y cantitos no se hicieron esperar. De manera inmediata, nos subimos al auto para llevar a Gisella, la novia del que manejaba, a su casa, previo paso por el centro, donde el azul y oro tornaba la noche con sus colores. Llegamos y luego regresamos a donde los festejos dominaban la situación. “El que no salta no va a Japón”, “es para vos, gallina….”, y el nunca infaltable: “un minuto de silencio, para River que esta muerto…” eran los top ten del día. Todo era algarabía, fiesta, felicidad, jolgorio, sonrisas, cantitos y carteles.
Doblamos una esquina, y entre tanto grito, festejo y papelitos, dos chicos, de entre 8 y 10 años, revisaban una bolsa de basura buscando las sobras del festejo de otros. Y uno no esta exento… de vez en cuando la realidad se encarga de hacértelo acordar.
Aristátoles, Sabio a domicilio
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