El Sumo Sacerdote
Veo la desolación a mí alrededor y aun así no me arrepiento de mis actos. La arena baila rodeándome, martillando mis sentidos, culpándome por la muerte de los que confiaron en mí. Tomo la cantimplora de cuero que cuelga de mi cinto y permito que el agua bañe mi garganta, refrescando el cuerpo, pero no la mente. Trato de convencerme que hice lo mejor para todos, el mayor sacrificio en pos del bien común. Pero las voces de mis ancestros me recriminan su destrucción, su olvido, su futuro sin sentido.
Cuando llegó el blanco ofreció paz, prosperidad, entendimiento. Eran palabras que no comprendí, mi lenguaje no las incluye, eran innatas a nuestra condición y uno no pone nombres a aquello que no tiene opuesto. Pero este fue descubierto dentro del significado de los actos del invasor: paz representa muerte, prosperidad equivale a esclavitud y entendimiento es similar a evangelización y olvido.
Los grandes guerreros de la zona decidieron no aceptar la oferta. Bajo el liderazgo de Uktulu reclamaron sus tierras de caza, eliminando todo lo que se interpusiera en el camino. Volvieron felices y con alimento suficiente para sobrevivir el Jucurumu. Estúpidos, dos veces estúpidos… sangre se mezcló con las lágrimas de Haraké…
Yo no creo haber sido un gran rey. Nunca fui juzgado, como mi antecesor, pero algunos deben pensar que me lo merecía. Su majestad Jogú demostró su incapacidad al mandar a la muerte a sus más bravos guerreros en pleno Jucurumu. La diosa no acepta que en la temporada de descanso se rompan sus designios y fueron absorbidos por Sobek en su seno. Por lo tanto el rey fue juzgado y enviado a dormir… nunca se supo que necesito ayuda de Uktulu… un golpe rápido, seco… y Jogu se unió al Bilok.
Si los dioses me hubieran otorgado el don de oír el mañana, hubiera declinado el ofrecimiento… tal vez no tuve el carácter o la inteligencia o el corazón… siempre fui un inútil. Debe haber existido otra solución... pero yo solo vi esa… y condené a los míos. Y ahora Haraké llora por mis ojos. Pero era la única manera… la que la señora me mostró… la que no alimentaba al lagarto…
Los invasores respondieron en pleno Jucurumu, pero la diosa no los castigó y Sobek no se interpuso en su camino. Sin piedad masacraron a los guerreros… Uktulu y los suyos pasaron a formar parte de Curtuek, pero dejaron abandonados a sus seres queridos… los dejaron a su suerte… a mi cargo.
Oré a Haraké por guía, invoqué a mis antepasados por consejo, intenté volver a los guerreros del más allá, privándolos de su descanso en pos de salvar a los que alguna vez los amaron, pero todo fue inútil. Resignado, me preparé para ir a dormir junto a Jogú… y mientras me hundía en el abismo de Bilok, tuve la única visión que Haraké me ha enviado.
Estaba solo en el desierto. Frente a mí, mis ancestros y sus ancestros esperaban una palabra de mis labios. A mi espalda, mi tribu viva aguardaba a que los invasores descargaran su golpe de gracia. De repente todo me fue claro… una sola opción… un solo camino… una sola muerte…
El que creí rey me ofreció movernos a la ciudad y acepté de buen agrado. Abandonamos nuestros hogares, nuestras ropas, nuestras tradiciones y los niños conocieron a un dios muerto en troncos, que vuelve de la muerte para volver a ir a ella… Desde aquel día no somos reyes de nada, somos vasallos del todo. Los jóvenes no conocen sus raíces, los ancianos no quieren recordarlas, y yo, única memoria de los sucesos, no quiero mirarlas a los ojos, porque se que aunque su muerte salvara todas nuestras vidas… nuestras vidas no son nada desde su muerte.
Poema sin Nombre
Aristátoles, Sabio a domicilio
Perfil completo
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.5 Argentina.
Diseño de la Pulga Atómica! para firefox, resolución 1024x768