domingo, julio 16, 2006
  Algo que escribí hace mucho
I. El Cazador

Prendió un cigarrillo, de esos sin filtro que tanto le gustaban, y miró el reloj: doce menos cuarto. La llovizna apenas lo mojaba, pero busco cobijo bajo el alero de una zapatería de moda. Vio pasar un par de policías que estaban demasiado abrazados como para detenerse a preguntarle que hacía ahí. De cualquier forma: ¿qué les iba a responder? ¿Qué estaba esperando a que el demonio saliera del prostíbulo? No, no le creerían, pero se tranquilizó cuando los oficiales se besaron y no prestaron atención a su figura.

Mentalmente revisó su equipo: agua bendita, ajo, pétalos de rosas, una escopeta, un 38. cargado con balas de plata, un crucifijo y un alma pura. No estaba seguro de que tipo de demonio tenía que enfrentar, pero el mensaje había sido muy claro como para no comprenderlo: Calle Libertad 1254, piso 3, departamento 8, un prostíbulo de menores donde a las doce de la noche en punto se abrirá la puerta y saldrá un demonio corruptor que hay que eliminar como a tantos otros.

Recordó que su primer misión resulto fácil. Un magnate financiero había pactado con un demonio menor a cambio de que se aprobara la ley que e aseguraba una ganancia del doscientos cincuenta por ciento. Simplemente se limitó a ingresar a su oficina y volarle la cabeza. Nada complicado, incluso el escape se facilitó con la ayuda de un par de empleados iluminados. Luego vinieron súcubos, íncubos y algún que otro esbirro menor.

Pero esta vez era distinto. No tenía información de su blanco, ni siquiera una mínima descripción física. Y esto lo atemorizaba. Era un suicidio atacar sin saber a que tipo de demonio se enfrentaba, pero el tiempo apremiaba y él no era quien para discutir el contrato. Simplemente, lo iba a hacer y punto.

El primer contacto con “los blancos” fue extraño y orgásmico. En la habitación acolchonada del sanatorio se encendió una luz azul, y una voz profunda le explicó cual era su misión en la Tierra. Al principio pensó que las pastillas habían hecho un efecto inverso y ahora sus visiones se habían tornado apocalípticas, pero cuando vio la verdadera apariencia de sus captores, sintió que el corazón le estallaba de felicidad al saber que esa voz no era una alucinación y que los psiquiatras eran indefectiblemente demonios que lo apresaban para destruirlo lentamente.

Y escapó. Tuvo que eliminar a un par de enfermeros semi demoníacos, pero no se arrepentía de ello. Primero se escondió en el puerto y luego en una iglesia abandonada, donde “los blancos” le explicaron su naturaleza angelical y le dieron su primera misión.

Tiró la colilla del cigarrillo y levantó la mirada hacia la ventana del tercer piso. Un chico de diez años estaba asomado, mirando la nada, como buscando un escape a su sino. El cazador se enfureció. Ningún niño merece que su inocencia sea destruida. Miro el reloj: doce menos tres. Faltaba poco. De repente, una sombra se acerco al niño por la espalda y el alarido de dolor escapó de sus labios. Mientras lo penetraban, la cara del infante se desfiguraba hasta que su rostro se transformó en una informe mascara de carne.

Pensó en dispararle para que ya no sufriera, pero recordó que tenía una misión, que era más importante para el bien global y que no podía desperdiciar su oportunidad. Y sus lágrimas se mezclaron con la llovizna.

Nuevamente repasó su inventario, intentando sacar el rostro del niño de su mente. Cuando levanto la mirada, el niño ya no estaba, pero una sombra atravesó la ventana. Prendió otro cigarrillo y se limitó a esperar. Minutos después alguien se acercaba a la puerta del edificio.

Tomó la escopeta y se preparó. La figura abrió la puerta y salió. El cazador dejo su lugar y se apresuró a cruzar la calle. Levantó el arma y se dispuso a disparar. El hombre lo vio y, con miedo en sus ojos, giro su cuerpo, dejando caer su sobretodo. La sotana se enredo en sus pies y cayo al piso, mientras el cazador apretaba el gatillo. El disparo lo impactó en el pecho.

El estruendo despertó a los vecinos, que se abalanzaron contra las ventanas. El cazador se acercó a la presa y vio al sacerdote mal herido.

- Un demonio menos. – pensó.

Escondió su escopeta y comenzó a alejarse. Las sirenas comenzaron a escucharse, pero él ya estaba a dos manzanas del lugar y por llegar a la boca de alcantarilla. La abrió y cuando estaba por bajar, algo lo empujo, haciéndolo caer al pozo.

El agua estancada con heces y orina se metió en su boca. Intentó pararse, pero algo le ponía presión en la espalda. Le faltaba el aire. El agua lo asqueaba y le daba nauseas. Se estaba ahogando y no podía liberarse. De repente se sintió libre y se levantó, vomitando e intentando tomar aire desesperadamente. Giró y vio al sacerdote parado frente a él, pero con su verdadero rostro. La pera sobresalía de la cara en tres centímetros y sus ojos estaban completamente juntos. La nariz asemejaba a la de los cerdos y su boca no podía cerrarse, mostrando cuatro filas de puntiagudos colmillos.

El demonio lo pateó en el vientre, arrojándolo contra la pared. Intento incorporarse, pero recibió un puñetazo en el rostro que le fracturó la mandíbula. La sangre mancho la pared y el maligno ser pareció regocijarse con el olor. El cazador busco desesperadamente algo con que defenderse y tomó el agua bendita que llevaba escondida en su saco, y cuando el monstruo se le arrojó encima, le partió el frasco en la cabeza.

Los gritos de la criatura lo ensordecieron, pero sabía que no tenía tiempo que perder. Busco la escopeta pero esta había caído demasiado lejos. Entonces metió la mano en su bolsillo, rogando al cielo que el 38. siguiera ahí. La suerte le sonrió, y el disparo atravesó la frente del demonio.

Se incorporó como pudo, chorreando sangre y con dos costillas rotas. Sacó el cuchillo de su bota y se dispuso a completar el ritual. Primero cortó la garganta y arrancó la nuez de adán. Luego seccionó las manos y finalizó con los genitales. Y los comió crudos. Se pregunto como podía abrir la boca para hacerlo, con su mandíbula en ese estado, pero por algún motivo, no sentía dolor y pudo cumplir con el rito.

La luz azul invadió el lugar y “los blancos” tomaron los restos del demonio.

- Otro buen trabajo. – Le dijeron mientras desaparecían. Y el cazador comenzó a arrastrase a su morada.
 
Historias creadas en momentos de dolor

Aristátoles, Sabio a domicilio
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