miércoles, junio 28, 2006
 
El Loco

Extractos del libro “Mi constante contacto con la locura”1,
del Doctor Raimundo Morales del Pilar.
Los siguientes textos pertenecen al capítulo IX, titulado:
“Del loco de los globos”.


Cuando la nada invade las miradas de los pobres hombres, estos se resignan a vivir el resto de sus días con una visión parcial de la realidad. Así transcurren sus existencias, atravesando calles de oscuridad ínfima, porque ante tal vacío las mismísimas sombras deciden no aprovechase de la situación. Y terminan su existencia sin haber podido vislumbrar, aunque más no sea una vez, la belleza de las cosas, la luminosidad, los colores y el calor de todo lo que los rodea.

Pero una vez cada mucho tiempo, alguien logra mantenerse dentro de la realidad, con los ojos abiertos de par en par al mundo, absorbiendo todos y cada uno de los espectros de sabores y olores que los átomos le entregan en forma de regalo. Estos seres únicos, logran contemplar un cosmos de sensaciones que alguien compararía, en algún libro, a las producidas por los alucinógenos más fuertes, sin siquiera detenerse a pensar en que tal vez los que utilizan esas sustancias son los que contemplaron ese mundo, lo negaron y ahora no saben como volver a él.

Como resulta lógico esperar, estos individuos capaces de ver la realidad son sistemáticamente excluidos de la sociedad, tildándoselos de locos, inadaptados, enfermos, borrachos, chiquilines, etc. Esta metódica separación, produce un efecto de catapulta sobre los visionarios, arrojándolo hacia este mundo de luces, separándolo completamente de la cotidianeidad.

Mi experiencia profesional me llevó a tener tratos con uno de estos individuos. Era conocido como “El loco de los globos” y llegó a mis manos en una fría noche de invierno, después de ser detenido por la policía mientras corría desnudo y repartía globos a las parejas de jóvenes que aprovechaban la oscuridad de la plaza para intimidar.

Cubierto bajo una manta que las fuerzas públicas le habían obligado a utilizar, un hombre de aproximadamente cuarenta años, de nariz aguileña, ojos saltones, arrugas profundas en su ceño, pera puntiaguda y una sonrisa que permitía contemplar los negros dientes que le restaban en su boca. Sobre su espalda, pude observar rastros de marcas de golpes con algún tipo de cinturón o látigo, probablemente recibidas en su niñez o juventud. Deteniéndome en sus gestos, pudo ver que nunca dejaba de sonreír y que en sus ojos la sorpresa variaba indefinidamente, aunque nunca recaía en mi persona. Debo decir que siempre tuve la capacidad de sentir si me encontraba ante un enfermo violento y este no me pareció peligroso en lo más mínimo.

Por unos momentos pareció absorbido por los diferentes cuadros que adornan mi oficina, deteniéndose mayoritariamente en mi título de psiquiatra que se encuentra en la pared occidental, frente a la ventana y encima del diván. Luego su mirada varió hacia la estatua de Freud, que completa el decorado y se ubica sobre mi sillón.

- Su nombre, por favor. – dije. Por primera vez se detuvo en mí. Intentó enfocar los ojos, como esforzándose por reconocer mi figura.

- ¿Quién es su globo de la guarda? – fue su repuesta. Debo aceptar que tal vez esa sea la respuesta más extraña que se me haya dado con respecto a tan simple pregunta. Sin darme tiempo a contestar, extendió su mano, y sosteniendo algo imaginario me dijo: - Un globo rojo leche para uno azul fuego. Cómalo después de ayunas para recuperar energía. – Le seguí el juego y cuando tomé el imaginario globo de su mano, hizo ademanes de darme otro al mismo tiempo que me decía: - Este es verde cielo para su globo de la guarda, se le ve que le falta un poco de pasto en la parte de arriba. – Recién allí pude darme cuenta que se refería al busto de Freud.

- Su nombre, por favor. –Insistí, pero su mirada ya se había perdido en las lapiceras ordenadas por tipo y color que tengo sobre mi escritorio. Inmediatamente se puso de pie, dejando caer su manta, y caminó hacia mi diploma. Sin tocarlo, pareció olerlo, mirarlo desde todos los ángulos, incluso acercó su oreja para oír nada. Me extraño su comportamiento porque en todos mis años, nunca me había topado con alguien que presentara estas características. Sin dejar de mirar mi título, volvió al diván y comenzó a mirarme en profundidad.

- ¡Cuantos colores! ¡Cuantos globos! ¡Algunos están chiquitos y tristes, pero ese es el que más brilla, es amarillo como el agua! Se ve que alguien lo quiere mucho.

- ¿A qué se refiere con globo? ¿Usted ve globos en todas partes?

- ¡El mundo es un globo! ¿Y que puede salir de un mundo que es un globo sino más globos? Todos somos globos de colores, algunos son más fuertes, otros menos, otros más coloridos, con más colores que le bailan alrededor, más débiles y sin música de olores a su alrededor… usted es un globo chiquito, casi sin color, con poca música, por eso no lo vi cuando llegué, pero ese de ahí –señaló mi título – ese sí que es grande y colorido. Se ve que de chiquito lo querían mucho y no le pegaban, y sus papas globos lo protegían. Tome, un globo para él, uno bordó crema, para mejorar la música de alrededor.

Esta conversación me recordó irremediablemente a los Beatles y su Lucy en el cielo. Mientras me hablaba, me dibujaba lo que el llamaba música de olores con las manos, mostrándome sus compases y movimientos, como una sinfónica visión alucinógena que inundaba toda la habitación, mezclándose con los globos que allí vivían.

- Usted es un pobre globo – me dijo – Alguna vez fue un globo monumental, con un color brillante, con un hilo de oro y que intentaba volar lo más lejos posible, pero algo fue haciendo que perdiera el aire, el color y que se fuera arrugando… Tome un globo verde esperanza, para disminuir las penas. Ahora me tengo que ir a repartir globos para los globos débiles. Ese es mi destino, ser un globo que da fuerzas, que enseña un nuevo camino a los globos desinflados… sin importar lo que los otros globos quieran…

Se levantó se dirigió a la puerta.

- Enfermeros – me limité a decir, y dos de mis empleados entraron, lo tomaron de los brazos y arrastrándolo desnudo lo llevaron a una de las habitaciones.
Luego de llenar los reportes correspondientes, quedó a mi cargo y días después murió gritando que porque no lo dejábamos ver a los demás globos.

Hace ya más de una década de este caso y extrañamente a llegado a mi clínica un nuevo enfermo que dice ver el mundo como globos. Este niño no supera los doce años de edad y creo que podremos curarlo. Por suerte la ciencia ha avanzado en los procedimientos y técnicas.

Disculpándome por las ironías utilizadas al comienzo de este capítulo como un recurso poético, dejo este caso a la posteridad para que sea analizado en el futuro, ya que me fue imposible encontrar una cura y una razón a la enfermedad de ese pobre hombre del que nunca supe el nombre.



1 “Mi constante contacto con la locura” fue publicado post mortem por el sobrino del autor bajo total desaprobación de la viuda. Fue excluida de dicha impresión, una palabras escritas en puño y letra del Doctor Morales del Pilar que decían: “Globos, cuantos globos, que belleza… cuanta maldad…”
 
Historias creadas en momentos de dolor

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